Luna 2-001por Florencia Polanco

 

“No me gusta llamar la atención por ser hispana o ser mujer, prefiero que se fijen en mí por la ciencia que hago en el laboratorio”

  

La científica chilena Beatriz Luna, experta en desarrollo cognitivo y pionera en los estudios sobre la adolescencia, cuenta cómo su personalidad y su pasión por la neurociencia le permitieron consolidarse en Estados Unidos.

Nació en Santiago de Chile, pero ha vivido la mayor parte de su vida en Estados Unidos. Beatriz Luna (PhD), casada y madre de dos hijos, es una de las académicas más reconocidas del Departamento de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de Pittsburgh y directora del Laboratory of Neurocognitive Development en la misma institución.

Los estudios de la Dra. Luna se concentran, principalmente, en la etapa adolescente. A través de la resonancia magnética funcional estudia cuáles son los cambios que se producen en el desarrollo cognitivo de los jóvenes, cómo cambian las redes cerebrales en su proceso de maduración normativa y qué sucede cuando están expuestos a la marihuana antes y después de los quince años. También realiza este tipo de pruebas con personas autistas, esquizofrénicas o con déficit atencional.

Sus estudios normativos han adquirido relevancia, sobre todo, en tres casos de la Corte Suprema Estadounidense. El primero data de 1985. En ese entonces, el magistrado usó los estudios de la doctora para analizar la sentencia de muerte que estaba por aplicársele a un adolescente. “Tomaron algunos de mis experimentos para demostrar que su cerebro todavía no alcanzaba el nivel de desarrollo que tiene un adulto”, comenta Luna. En otras dos instancias, trabajó junto con la American Medical Association y la American Psychological Association en casos judiciales protagonizados por adolescentes sentenciados a cadena perpetua. “Mis experimentos permitieron abrir una discusión, para poder entender cuáles son las inmadureces que pueden presentar los adolescentes”, agrega la doctora.

 

¿Qué fue lo que la incentivó a estudiar en Estados Unidos?

Mi historia es particular. Tuve la oportunidad de estar siempre en contacto con este país, porque mi padre trabajaba en Washington. Vivimos un tiempo allá y como estudié en el Colegio Nido de Águilas conocía muy bien la lengua y la cultura. Entonces, en mi adolescencia, me fui a vivir con mi padre por un año, pero me quedé. Terminé la secundaria, fui a la universidad, saqué mi máster y después me tomé un año, el más importante de mi vida, cuando conocí a mi marido. Esa decisión hizo que me radicara completamente, antes de hacer el doctorado en sicología del desarrollo y el postdoctorado en un laboratorio donde estudiaban la esquizofrenia con neuroimágenes, que fue lo que me definió como neurocientífica.

 

Y en esta etapa, ¿se enfrentó con alguna dificultad que la llevara a cuestionar su decisión de estudiar allá?

Sinceramente, con ninguna. Creo que vine en un período muy beneficioso. Primero, porque el campo de la neurociencia acá es muy amplio. Además, fui una de las primeras científicas que se interesó en estudiar el período adolescente, cuando todo el mundo estaba concentrado en otras etapas. También me ayudó mucho el hecho de ser hispana, porque Estados Unidos valora mucho la diversidad. A veces, me encuentro en grupos donde no solo soy la única mujer, sino la única hispanoamericana. Y aunque para algunos puede ser problemático, a mi me encanta. Desde muy pequeña dejé la timidez y di mi opinión sin parar. Así que no puedo reclamar. En Chile habría sido bastante más difícil.

 

¿Por qué?

Por varias razones. Fue invitada por la Sociedad Chilena de Neurociencia para dar una charla, y al escuchar lo que los chilenos están haciendo, me quedé completamente impresionada. En un país como Chile, los interesados por la neurociencia son lo mejor de lo mejor, personas brillantes que podrían ser ricos siendo médicos clínicos, pero que han seguido el camino de la ciencia. En cambio aquí, en Estados Unidos, muchos pueden hacer neurociencia, incluso yo. En Chile no habría podido, porque no sé si habría llegado a ese nivel, que es mucho más selectivo.

 

¿Y qué factores perfilarían a Estados Unidos como un país más accesible para estudiar neurociencia?

El acceso a la tecnología. Por ejemplo, yo que hago la resonancia magnética funcional, tengo acceso a cinco máquinas que puedo usar cuando quiera. Y aunque en este momento estamos pasando por un momento financiero difícil, hay mucho financiamiento. De hecho, soy completamente financiada. El gobierno invierte muchos recursos en investigación.

 

Tomando en cuenta sus propios logros, ¿cuál cree usted que ha sido el principal aporte de la mujer en la ciencia mundial?

Siento que el aporte es equitativo. De todas maneras, es importante reconocer que mi área fue impulsada por mujeres., Pero ahora es diferente, muchos hombres se han sumado a este tipo de estudios.

 

Durante los últimos años, el porcentaje de mujeres aceptadas en los programas de doctorado en disciplinas STEM (Science, Technology, Engineering and Math) es alrededor del 41%, ¿cómo era la situación en los años en que usted era estudiante?

Algunas colegas, que son mayores que yo, encuentran que existe una diferencia abismante. De hecho, una de mis amigas firmaba sus investigaciones solo con su apellido, y todos pensaban que era hombre, incluso yo. Cuando llegó a Pittsburgh me contó que firmaba así a propósito, porque en su generación era muy difícil salir adelante si eras mujer, Pero yo no he notado la diferencia.

 

De todas maneras, pese al aumento de las mujeres en la ciencia, el porcentaje de hombres sigue siendo mayor ¿por qué cree que se mantiene esta tendencia?

Creo que las mujeres han decidido no hacer trayectoria. No es que queramos y no nos dejan. Las mujeres se dan cuenta de que ser científica es una carrera estresante, y deciden hacer otra cosa. Y también está el tema de ser madres. En mi caso, pese a que muchas veces dudé si debía continuar con mi carrera, preferí seguir mi pasión. Quizás es mi personalidad. No quiero que suene controversial, pero siempre digo que no me gusta recibir ayuda o llamar la atención por ser hispana o ser mujer, prefiero que se fijen en mí por la ciencia que hago en el laboratorio.

 

¿Y cómo ha logrado mantener un equilibrio entre ser madre y científica?

No ha sido fácil. Pero lo he sabido sobrellevar, marcando bien los tiempos. Cuando mis hijos eran pequeños, me enfocaba en hacer mi trabajo, pero cuando llegaba a mi casa asumía completamente un rol de madre. Estaba decidida a aprovechar el tiempo con mis hijos. Me encantaba hacerles la comida o hacerlos dormir. Y siempre he intentado no trabajar los fines de semana. Ser científica y además tener una vida, es algo que muchos admiraban de mí.

 

¿Y mantiene algún tipo de conexión con la ciencia en Chile?

Tengo un par de colegas con los que constantemente colaboro. Cecilia Algarín (Universidad de Chile) ha venido un par de veces para entrenarse, y justo ahora estamos planificando hacer resonancia magnética allá. Y con Francisco Aboitiz (Pontificia Universidad Católica de Chile) también tengo contacto. A veces pienso que si pudiera tener el tiempo y el financiamiento para tener un centro, me gustaría mucho tener una sede allá. Pero al nivel que estoy ahora creo que sería difícil. Por la simple razón que aquí tengo cinco máquinas de resonancia magnética.

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